Todo cambia. La voluntad del hombre, cansado de la lucha, en conflicto continuo con un ideario tallado a conciencia, ha dado paso a las sombras chinescas. El miedo a la tradición, hoy por hoy, no es más que miedo por tradición al miedo mismo. Polvo cubriendo el eco de teatros, salas de proyecciones…hasta el mismo corazón del romanticismo heredado. El oído pierde el timbre en favor del culto al ojo. La música queda relegada a acompañar la evolución del silencio, mientras el espíritu se sirve de dioses a la carta. Todo cambia a ritmo continuo…

Así pues, mejor dedicarse al cine.

martes, 11 de octubre de 2011

Crítica: Cowboy de Medianoche

I'm walking on sunshine

Nueva York es una ciudad fría.
Esta película podría considerarse como precursora de un dramatismo visual impulsado por una psicodelia en cuanto a imágenes y vídeos entrelazados que consiguen hacer llegar al espectador la sensación de angustia, cinematográficamente hablando.
Nueva York no es una ciudad fácil, por más que los folletos de información la muestren como capital de la esperanzas. No hay caridad humana ni sentimiento de unidad. Cada persona es una mota de polvo que tiene que luchar por quedarse más a la sombra. Del mismo modo que hizo años después Martin Scorcesse con "Taxidriver", John Schlesinger consigue mostrar la cara B de esta ciudad de luces de neón y masas caminantes colapsando las aceras del conjunto de avenidas. Aparece la Nueva York del miedo, de los tonos brillantes y llamativos, de lo supérfluo. Un lugar donde las ratas son claro simbolismo del espíritu de ese escalón social que lucha por respirar. 
Rico "Ratso" Rizzo es una de esas ratas.Aquejado por la enfermedad, la humedad del frío y el sudor de un edificio en ruinas señalado con una X, donde más que nunca "un lugar para caerse muerto" se convierte en el primer paso hacia la propia autodestrucción.
Los personajes a pesar de no profundizar por igual, consiguen transmitir un sentimiento continuo y fluido de desesperación, que en el caso del vaquero va transformándose en resignación y sumisión del rol social que se le ofrece, pero que por parte de Rico Rizzo va desglosando lo que podría considerarse una pérdida escalonada del alma y la esperanza en la vida misma. Una interpretación que valiéndose sólo de los ojos del propio actor consigue acercarte el personaje hasta casi saborear el tabaco de sus propios labios.


La psicodelia añadida a lo largo del metraje consigue aumentar esa sensación agobio. El pasado del vaquero se nos ofrece oscuro, junto a unas alucinaciones que se unen al mismo hasta casi no dejar ver cual es el pasado en su estado real, y qué el compendio de las diferentes pesadillas que ofrece Nueva York entre sus entrantes al nuevo viajero que decide sumergirse en ella.


La ultraconocida banda sonora de John Barry ayuda en todo momento al desarrollo de la misma, reforzando multitud de planos y efectos del montaje original hasta darle el toque personal que hace tan reconocible a esta película.Junto a la música, la descripción del aspecto más díscolo de a gran ciudad, donde los jóvenes flirtean con la droga en fiestas de herencia hippie, medida por la amoralidad, el individualismo y ante todo, la soledad en su aspecto más crudo, que choca de bruces contra el convencionalismo social y la tradición humana del protagonista, quién pasa de una Texas estancada en el pasado, a una urbe metropolitana de continuas incertidumbres hacia el futuro.

J.P. De Cosa

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