Todo cambia. La voluntad del hombre, cansado de la lucha, en conflicto continuo con un ideario tallado a conciencia, ha dado paso a las sombras chinescas. El miedo a la tradición, hoy por hoy, no es más que miedo por tradición al miedo mismo. Polvo cubriendo el eco de teatros, salas de proyecciones…hasta el mismo corazón del romanticismo heredado. El oído pierde el timbre en favor del culto al ojo. La música queda relegada a acompañar la evolución del silencio, mientras el espíritu se sirve de dioses a la carta. Todo cambia a ritmo continuo…

Así pues, mejor dedicarse al cine.

jueves, 13 de octubre de 2011

Crítica: Grupo Salvaje

Nunca la muerte ajena fue tan divertida

El cine clásico del oeste en el cual una mezcla edulcorada de dramatismo y violencia, acompañado de momentos ocasionales en los que transcurren conversaciones satíricas y diálogos cómicos entre un John Wayne embutido en la masculinidad idealizada, dirigidas por un grande como John Ford, están fuera de lugar. Fue con los Spaguetti Western creados en la década de los 50, cuando se crea un género dinámico, con una cámara viva que no deja ni un instante al aburrimiento y una banda sonora que siempre marca el ritmo de las escenas y los planos de las mismas. Ya lo demostró Sergio Leone con su Trilogía del Dólar en la década de los 60. Acompañado de Ennio Morricone, consigue mejorar un género cinematográfico de pautas muy homogeneizadas hasta la fecha, introduciendo no sólo una realización milimetrada y eficaz en cuanto al espectador y el mantenimiento de la intriga del guión.

Sam Peckinpah ha demostrado su amor a los vaqueros y las diligencias a lo largo de toda su carrera, pero quizás dentro del compendio de todas sus obras pueda resaltarse ésta. Su manejo del suspense en continuo y bien cuidado, con personajes con trasfondo moral y sentimental. Su lenguaje es la violencia, pero a pesar de que pueda interpretarse que es gratuita y falta de sentido, puede verse como la violencia es la causa y desencadenante de la trama, guiada por los clásicos puntos de referencia de odio y venganza. Cda escena de violencia es una guerra en sí misma, con planos de cada palmo del set de rodaje, con planos detalles como extras, y sin mantener a nadie en particular, creando una sensación de desasosiego que consigue mantenerte sentado mirando fijamente, esbozando una sonrisa, aunque no de ironía ante la realidad de lo mostrado, sino de diversión. Porque su violencia es entretenida, divertida y muy fresca.

Tiene un punto de suciedad en cuanto a su realización, que puede diferenciarle claramente de otros directores mas cuidadosos plano a plano, pero es con ello con lo que consigue transmitir ese sentimiento de mundo siniestro, solitario, díscolo, y ante todo, sucio. La fotografía es descripción más que suficiente del estilo, siempre en constante búsqueda de un encuadre mejor. Junto al montaje y la fotografía es importante mencionar sus alegorías al pasado de forma psicodélica rompen con lo utilizado hasta la fecha en este género, pero da la impronta personal del propio realizador, que se introduce en cada personaje para aportar dramatismo a sus acciones en el momento en que la acción lo requiere.

En cuando a la interpretación, destacar la sobriedad de los actores, que actúan tal y como se les exige, sin sobre-exponerse ni quedarse a medias. Es en la figura del líder del Ejército Mexicano: Mapache (Emilio Fernández) donde se puede intuir cierta crítica a la figura del terrateniente y la pobreza que de él emana. Algo hasta entonces interpretado por "gringos" que apenas tienen derecho a escenas de peso, como la que ofrece el mismo con la ametralladora, destrozando el pueblo al completo, mientras se ríe, como casi todos los actores durante algún momento de la cinta, destacando en final. Porque es mejor reírse de la muerte.

J.P. de Cosa

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