Todo cambia. La voluntad del hombre, cansado de la lucha, en conflicto continuo con un ideario tallado a conciencia, ha dado paso a las sombras chinescas. El miedo a la tradición, hoy por hoy, no es más que miedo por tradición al miedo mismo. Polvo cubriendo el eco de teatros, salas de proyecciones…hasta el mismo corazón del romanticismo heredado. El oído pierde el timbre en favor del culto al ojo. La música queda relegada a acompañar la evolución del silencio, mientras el espíritu se sirve de dioses a la carta. Todo cambia a ritmo continuo…

Así pues, mejor dedicarse al cine.

viernes, 21 de octubre de 2011

Crítica: Nosferatu, el vampiro de la noche (1979)

Expresionismo kinskiano



Sinopsis. Nueva adaptación de la mítica novela de Bram Stoker a cargo de Herzog, que toma como referente directo la insuperable adaptación de Murnau. Jonathan Harker se desplaza hasta el castillo del legendario conde en Transilvania con el fin de venderle una mansión en su misma ciudad, Wismar. Atraído por una fotografía de Lucy, la mujer de Harker, Nosferatu parte inmediatamente hacia Wismar, llevando con él muerte y horror. (FILMAFFINITY)


Satán ha vuelto ha vuelto a nacer. Werner Herzog dota al Nosferatu expresionista de una profundidad visual aún más perturbadora. Drácula ha quedado diseccionado y reinterpretado a través de los ojos, la boca y las manos de Klaus Kinski, quien se adentra tanto en el mito que le da vida desde un miedo tan tangible que hiela la sangre.
Una obra completa, sin medias tintas, que va más allá del “remake” acostumbrado, para adaptar la novela en una Wismar de ratas, peste y desolación, con planos cuidados y tallados al detalle, siempre con un latido constante, que acompaña las escenas, de las manos de Popol Vuh, quien demuestra que sabe leer la perspectiva cinematográfica del director alemán, como ya hiciera con “Aguirre, la cólera de Dios”, consiguiendo darle un ritmo vibrante y épico, al tiempo que introduciendo el componente que tanto representa su obra; sin olvidar su aportación en un eco de subidas y bajadas digna de una sinfonía apocalíptica, encontrada en “Fitzcarraldo”, donde entre otros Wehe Khorazin consigue erizar el alma hasta al menos amante del género, mientras el barco, de la titánica obra, se eleva sobre una montaña ante la vista de Kinski, quien se convierte en Dios por unos segundos.
Herzog es un narrador del tiempo, siempre desde un tono alejado, describiendo a través de paisajes escarpados, perdidos y siempre con cierto misticismo, un tono que resuena como la voz moral de un Demiurgo, que en silencio, controla cada plano hasta hacerlo perfecto. Quizás sea la palabra “perfecto”, la que más se imponga. Complicado imaginar como lograr tal objetivo con un enemigo tan íntimo como Kinski dentro del papel protagonista, sus ataques de ira y su constante enfado hacia todo lo que le rodea. Herzog controla y mantiene el suspense, quizás porque él mismo vive la incertidumbre de no saber si algún altercado echará a perder el trabajo, o si los paisajes bíblicos de sus rodajes, se le aparecerán como piedra angular del caos a la hora de la filmación. Pero, ¿Por qué engañarse?, cuando un director realiza algo que tiene tan estructurado en mente, y lucha por mantenerse en su idea inicial de proyecto, es complicado que no lo consiga, por más que esté espoleado a abandonar por demonios varios.
La Wismar herzogiana es un compendio de escenarios gélidos de sombras continuas. Bruno Ganz hace un papel nunca antes realizado, muy lejos de la interpretación a medio gas de Keanu Reeves en “Drácula” de Francis Ford Coppola. Su desconocimiento de las sombras, creíble en todo momento, mientras el propio Nosferatu se le pega al oído para susurrarle la falta de alma. Isabelle Adjani, en su papel de Lucy, aporta la belleza pálida y distraída de una virgen en busca de la felicidad, causa y consecuencia del viaje del propio Nosferatu a sus tierras, a bordo de la noche, tras una fotografía suya, que encandila al propio conde; pero ante todo imagen de la fragilidad y la pureza en el estado inmediato antes de corromperse.

                                                                                                                                                J.P De Cosa

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